Yo no la amo, mujer. Apenas la conozco, apenas la he visto acercarse a mi costado frío, magullado por el polvo de la tierra que nos anda día tras día y de lado a lado. Algunas palabras apenas de usted tengo, poco importa, porque no he extraído de ellas nada. No la he visto en el sonido precioso que acaricia cuando sale de su pecho. No me importa. Tengo en memoria sus ojos, que me recuerdan a una fruta verde y leve, que también me recuerda su pecho blanco. Pero también recuerdo ahora la extensión ondulantemente negra que, para entendernos mejor, diremos pelo.
Yo no la amo, mujer. Apenas la he visto acercarse a mi territorio. (Y qué manera de decir territorio por estos días, donde todo parece que fuera invasión y guerra, donde me siento estúpidamente amenazado.) Sí, apenas. Y no la amo. Estoy pensando, ahora, cómo debiera terminar esta especie de poema. Lo esperable sería que acabara desmintiendo las palabras primeras, echarme lexicalmente de rodillas ante usted y gritar gramaticalmente que Sí, que la amo. Pero no, señora, escuche un instante. No la amo. Se trata solamente de que soy un ciudadano cualquiera; cuando me levanto en la mañana tengo frío, mal humor y mal aliento. Y tengo que bañarme seguido para huir de otros olores. Tengo que mirar televisión para no recordar tan seguidamente mi condición de ciudadano, tengo que escribir estas palabras para que cuando la vea, a usted, que como sabe, no la amo, no tenga yo que decirle estas palabras y pueda extenderme en silencio por la piel que usted entrega y que juntos disfrutamos. Tengo también el deseo de renegar hondamente de mi condición de ciudadano, mandar a la puta madre mi documento nacional de identidad, el domicilio oficial, los sellos de ser haber respetuosamente participado en los comicios. Qué lindo sería ser hombre simplemente y gritar suavemente, al oído, Te amo, y después amarla de verdad. Y después seguir siendo un hombre desnudo, sin papeles, simplemente humano.
No obstante, resulta, que soy un ciudadano. Disculpe, no lo he elegido, no sé cómo debiera dejar de serlo. Se me ocurren algunas ideas practicables, pero no es momento de exponerlas en estas líneas, que por cierto, han perdido el tono poético que intentara darle al comienzo. Habrá sucedido a propósito, aunque yo no lo sepa, para no tener que terminar diciendo al final, en un alarido cursi de novela: Señora, yo la amo.
Soy apenas un hombre de ciudad. Tengo que leer el diario para no distraerme demasiado. Tengo la obligación de acercarme sexualmente a una mujer, porque a los hombres todavía está mal visto y la libido de quien escribe aún no lo requiere, y además la obligación de escribirle poemas a esa mujer, dada mi condición de hombrecillo bueno, clase media y educado. Y en el poema tal, de manera velada o no, tengo que decirle que la amo.
Disculpe usted, yo no la amo. Apenas voy aprendiendo la formas de sus caderas (hay una manchita oscura en ellas, y usted no lo sabe), apenas puedo hablar de la sensación de sus ojos. Pero no puedo tocarla todavía hondo, emprender lucha contra eso que ha hecho fabricar y derramar hectolitros de tinta en los últimos hectolitros de años. Pero observe usted que he incluido la palabra hectolitro en el discurso, todo para que cada vez me sea más imposible, estéticamente, decir La amo.
Ya es tiempo de poner fin, no sea que en tantas líneas se empiecen a colar sentimientos de los que ya largamente hemos hablado. Olvidaba agregar, que como ciudadano, también tengo un miedo que me clava agujas en los huesos. No es fácil amar. Es casi imposible. Lo sería menos si pudiera pagarlo, debe ser por la costumbre de comprarme un pedacito de vida, digo, como buen ciudadano. Como decía al comienzo del párrafo, ya es tiempo de poner fin a esto, que como verá, no ha de terminar con la frase que usted esperaba. Disculpas nuevamente. Yo no la amo.
2 comentarios:
- Definitivamente genial.
pero sin embargo yo sí amo este escrito, poema en prosa dirían algunos (alejandra...) pero quizás al autor no le gusta de quien viene la categoría. o quizás supongo demasiado y sólo deberías decir: muy bueno L.
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